lunes, 9 de mayo de 2011

There will be tears

La una está en el trópico de capricornio, montando las olas sobre una tabla de la ley y siendo perseguida por un panteón de deidades enfurecidas; con Poseidón como garante enamorado.
Una segunda se ha perdido en Chichèn Itzà. La encontrarán dentro de dos mil años sentada en un trono maya usurpado.
Un grupo de quince, ataviadas para ir a la ópera en Viena, articulan anécdotas de vidas pasadas no compartidas. Ríen y exageran con gestos, orgullosas de que la vida las haya juntado aquí y ahora... ya ves tú.

Mi pequeña amiga que ya habrá cumplido años, se despierta en la tienda de campaña y, mientras sus amigas siguen durmiendo, sube la cremallera para encontrarse con el amanecer de los Pirineos. En ese momento el aire en la boca le sabe a gloria, se estira y todo cobra sentido. Para cuando lo pierda de nuevo no tendrá la menor importancia.

Hay dos que se miran y no se creen la una a la otra...vamos que se envidian; que se respetan. Y al rato vuelven a competir en casi todo. Pero claro, como no hay arbitro que valga, nunca saben cómo va el marcador. Ni falta que hace. Gano yo.

La vieja, que llegó a ser un pivón diez lustros atrás, mira el fuego como último motor de su existencia.
Su mente, que algunos dirán que únicamente divaga, elabora un collage de sensaciones vividas e imaginadas lanzado a la más completa inexistencia.
Y el fuego crepita, a veces alimentado por el derroche, otras por leños tan viejos como ella. Cuando expire sólo quedarán hilos sin hilvanar y recuerdos de ciudades anegadas bajo el polvo.

La otra se reencuentra con su novia y se lo comen todo sin beber nada; y que la rueda siga girando menos para los que están dentro.

Saltáis en paracaídas sobre atolones que jamás veré. Yo, que con veros desnudas, sacaría fuerzas de flaqueza para estar bailando todo el día la danza de la lluvia.

Todas las madres lo han conseguido y lo saben, ya pueden bailar reggae hasta las tantas sin que les entre sueño.

 Os echo de menos una por una.